SOCIALISMO, BUDISMO Y CRISTIANISMO

Saturday, August 17, 2013

¿QUIEN ES MI PROJIMO?

 

LA GRAN PARÁBOLA DE LA SOLIDARIDAD
Hay una parábola del evangelio de Jesús que se ha vuelto paradigmática para una ética actual de la solidaridad. Es la parábola del buen samaritano o simplemente del samaritano. "Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión, y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva" (Lc 10, 30-35). Las referencias a esta parábola no aparecen ya solamente en libros de teología..., de moral, de espiritualidad cristiana. Esta parábola no es ya patrimonio exclusivo de las Iglesias cristianas. Aparece también en libros y discursos de creyentes de otras tradiciones religiosas y de no creyentes, de agnósticos y ateos. Está en el corazón del debate ético actual, respaldando la apuesta por la llamada "ética compasiva". Es un buen ejemplo de que lo más puro y genuino del evangelio cristiano es patrimonio de toda la humanidad. "Devolvednos a Jesús, devolvednos su evangelio". Este grito se ha escuchado en tiempos recientes fuera de las Iglesias cristianas como un reclamo a las mismas. Se trata de una parábola a la que se hacen frecuentes alusiones en el actual debate ético, en el actual debate sobre el valor ético y la necesidad histórica de la solidaridad. A ella recurren sobre todo los partidarios de la "ética compasiva", que hunde sus raíces en la más genuina tradición bíblica y judía. Lucas sitúa la parábola exactamente después de la gran cuestión que un legista ha planteado a Jesús: "Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?" (Lc 10, 25). (La cuestión en el evangelio de Mateo es la siguiente: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?" (Mt 22,36). La cuestión es central para la religión judía. La respuesta de Jesús en Mateo y del mismo legista en Lucas es conocida: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas... y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc 10,27). Era una respuesta obvia, conocida por todos los judíos. Pero en la respuesta de Jesús hay ya una gran novedad: la estrecha vinculación entre ambos mandamientos: "El segundo (mandamiento) es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 39-40).
 ¿Quién es mi prójimo?
Y Lucas todavía añade a la parábola una novedad más definitiva y decisiva. La novedad de la parábola de Lucas se refiere a la categoría de "prójimo". La parábola es respuesta a la cuestión con la que continúa el legista intentando justificarse e intentando poner a prueba a Jesús: "Y, ¿quién es mi prójimo?" (Lc 10,29). Esta es la cuestión definitiva y decisiva. Aquí está la clave del debate. ¿Quién es prójimo? ¿El cercano? ¿El que se acerca? ¿Cómo se llega a ser prójimo? La cuestión es decisiva porque la respuesta invierte los términos de la "proximidad" o la "projimidad". En la tradición judía era frecuente traducir prójimo por próximo, vecino, cercano, de los míos, de los nuestros. En este sentido el prójimo era el miembro de la propia familia, del propio grupo, del propio clan, del propio pueblo. Un samaritano no era de los suyos para un judío. El que quedaba más allá del propio grupo se convertía fácilmente en enemigo o, en el mejor de los casos, en un sujeto ignorado, excluido, sin interés, indigno de amor. Lógicamente, el amor al prójimo se limitaba al amor etnocéntrico o se traducía así: "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" o "Amarás a los tuyos, a los que te están próximos, a los que son de tu familia, de tu grupo, de tu clan, de tu pueblo". Esos y nadie más son tu prójimo. Pero la parábola cambia el enfoque y da otra definición del prójimo. Contesta de forma novedosa a la pregunta: "Y, ¿quién es mi prójimo?". La parábola conduce a la siguiente conclusión: "(Prójimo) es el que practicó la misericordia con el herido" (Lc 10, 37). Por tanto ha cambiado la dirección de la projimidad. Prójimo no es el que está próximo a mí porque pertenece a los míos, a mi grupo, a mi familia, a mi partido, a mi pueblo. Próximo es el que se aproxima al herido, al necesitado, a la víctima. Prójimo soy yo en la medida que me aproximo o me hago próximo a la otra persona con el propósito benevolente, misericordioso, asistencial, solidario... Por consiguiente, amar al prójimo no es ya sólo amar al próximo; es sobre todo aproximarse al que está necesitado de solidaridad.