BENEVOLENCIA
Como hay mucha oscuridad, desorden, desamor y desdicha en la malevolencia, hay mucha luz, orden, amor, beneficio y dicha en la benevolencia. La benevolencia induce al perdón, la clemencia, la actitud indulgente, la compasión, la capacidad para ponerse en el lugar de los otros y descubrir necesidades ajenas y atenderlas, el juicio equilibrado, la comprensión y la tolerancia. La benevolencia exhala afecto, sensibilidad, cordialidad y amistad. La persona benevolente está en mejor disposición para comprender y perdonar, evitar poner el énfasis en el lado negativo de los otros y apreciar su lado constructivo. La benevolencia estimula pensamientos lenitivos, palabras amables y afectivas, acciones nobles y cooperantes.
La benevolencia representa buenos sentimientos y, por tanto, capacidad para ser tolerante, comprensivo, indulgente, clemente, sensible, cooperante y desinteresado. Es, obviamente, el gran antídoto contra uno de los más graves impedimentos en la senda de la madurez interior: la malevolencia, que se manifiesta en pensamientos, palabras y actos perversos y que induce a la maledicencia, la corrupción, la cólera, la insensibilidad, la malquerencia y las acciones perniciosas. Si la malevolencia nos tinta de malos sentimientos, la benevolencia, por el contrario, nos satura de buenos sentimientos, nos expande y humaniza.
Nadie puede negar que hay muchas personas malévolas y aviesas, pero en mayor medida las hay benevolentes o con el anhelo definido de convertirse en tales. Uno puede hacer su vida psíquica y propender hacia pensamientos nobles, palabras amables y actos constructivos. Por el don de la benevolencia, tendemos a comprender y ayudar a los otros, a prevenirles contra los peligros y protegerlos, a perdonarlos por sus ofensas y a ser clementes con sus fallos. En el camino hacia la liberación de la mente, la benevolencia tiene un poder supremo. No es difícil ser hábil o sagaz en una disciplina o materia, si uno se lo propone, ni brillar por la inteligencia o tener una personalidad sugerente y atractiva, pero es muy difícil ser realmente benévolo y que tal benevolencia se traduzca en pensamientos, palabras y obras. Tenemos que comenzar por cultivar los pensamientos benévolos y no dejarnos tomar y arrebatar por los malévolos. Hay que comenzar por hacer de la mente un jardín, donde abunden los primorosos pétalos de los pensamientos benevolentes. Los pensamientos benevolentes se irán convirtiendo en palabras benevolentes, es decir, guiadas por el afecto, la veracidad, la cordura, el auxilio a los otros, la amabilidad y el consuelo. También los actos serán regidos por la benevolencia y encontraran así un curso cooperante y constructivo. La benevolencia puede transformar el mundo, pero desde luego comienza por transformarnos a nosotros mismos y al entorno. Una persona benevolente se abstendrá de mentir, difamar, calumniar y sembrar discordia con la palabra; asimismo se abstendrá de ganarse la vida por medios delictivos, como el tráfico de drogas, alcohol o personas, robo o violencia. La benevolencia es una fuente de armonía y la persona benevolente actúa correctamente y evita actuaciones perjudiciales y dañinas. Una persona es generosa, evita herir a los otros, respeta a todas las criaturas y pone los medios para hacerlas dichosas y evitarles el mal. La benevolencia es uno de los hermosos rostros del amor y cuanto más benevolente sea la persona más capacitada estará para practicar el amor incondicional y desinteresado. La persona benevolente sabrá ponerse en la situación de los demás, aliviar el sufrimiento ajeno y alegrarse por el éxito de los otros.
En el Dhammapada podemos leer: “El que no comete ningún mal con el cuerpo, la palabra o la mente, el que se controla en estos tres aspectos, a ése llamo yo noble”. El intenso anhelo de benevolencia, nos hará benevolentes. Debemos examinar nuestras tendencias destructivas, muchas de ellas muy profundas pues son latentes e innatas, y tratar de desmontarlas y modificarlas en tendencias constructivas. La persona benevolente se inspira siempre en el ideal de no-violencia. La no-violencia como decía Gandhi, es la religión más alta, la más elevada verdad. El benevolente pasa por la tierra evitando dañar, como la persona que con sumo cuidado acaricia el ala de una mariposa para no llevarse el polvillo en sus yemas. Buda aconsejaba: “como palidecen y caen las flores del jazmín, arrojad fuera y totalmente la avidez y la malevolencia.” La benevolencia es una fuerza poderosa contra la enemistad, la hostilidad, el desamor, el recelo y la perversidad. Pero hay que esforzarse para refrenar los impulsos de hostilidad y recrear y desplegar los de cordialidad.
Como señala el Dhammapada: “Un solo día de la vida de una persona virtuosa y meditativa vale más que los cien años de la vida de una persona inmoral y descontrolada”.
En la medida en que superemos el impedimento de un ego desmesurado y desarrollemos la justa visión de que todos formamos parte de una misma familia de criaturas sensibles, iremos estimulando nuestras energías más genuinas y prístinas de benevolencia y ganando terreno a nuestros impulsos hostiles o malevolentes.Es mejor no relacionarse con malevolentes o hacerlo con precaución y vigilancia. Cuando sea imprescindible o insoslayable, hay que mantener la prestancia de ánimo, la actitud de sosiego y equilibrio y tratar de contrarrestar la fuerza de la malevolencia con la de la benevolencia. En este caso, y volviendo a citar a Gandhi, es bien útil el recurso de la resistencia pasiva. Hay un pasaje de Buda muy orientador. En una ocasión Buda y sus discípulos llegaron a una localidad y el maestro comenzó a ser insultado y amenazado. Los discípulos le rogaron a Buda que se marchase a otra localidad, pero Buda dijo: “¿Y si allí también nos insultan y amenazan? En verdad que abundan las gentes de aviesas. Nos quedaremos aquí serenamente hasta que los ánimos se tranquilicen y luego nos iremos.” Aunque hay menos personas malévolas que benevolentes, parece que gracias a su malevolencia se organizan mejor y atropellan, someten y dañan a los inocentes. Pero si hay en una persona aunque un atisbo de buena voluntad, se puede trabajar sobre uno mismo para suscitar, fomentar y desarrollar los buenos sentimientos y la actitud de benevolencia. Entonces uno comienza a desear no solo el propio bienestar, sino también el de las otras criaturas.
Cuando somos realmente conscientes de que los otros seres también sufren, queremos aliviar su sufrimiento y renunciamos a todo aquello que les añada dolor. Uno desea sentirse bien, pero si hay buena voluntad, también desea que los demás se sientan dichosos. Como dijo un sabio de la antigüedad: “Cuando soy dichoso por la dicha de los otros, soy doblemente dichoso.” El veneno de la malevolencia tiene que ser combatido mediante el amable antídoto de la benevolencia. Las acciones que nacen de la malevolencia son perjudiciales y poco provechosas; las que emergen de la benevolencia son beneficiosas y muy provechosas.
En una sociedad tan orientada hacia la acumulación, la competencia, el poder y la codicia, no es raro que surjan personas malevolentes y que sea más difícil orientarse uno mismo hacia el desprendimiento y el afecto incondicional, pero cada persona puede ir superando las trabas en la senda de la realización de sí e ir logrando que sus simientes de iluminación vayan floreciendo y alumbrando su mente, sus palabras y sus actos.